Uno de los desafíos más importantes que deja la pandemia de la COVID-19 y que se debe abordar en los próximos años es su impacto en la convivencia con nuestra familia y nuestros compañeros de estudios. Las medidas de confinamiento han impactado en nuestra salud mental y en la dinámica de la sociedad. En particular, el proceso educativo se ha visto afectado no solo por el cierre de colegios y universidades, sino también por los nuevos mecanismos para el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Antes del confinamiento, la convivencia estudiantil se centraba en la creación de espacios pacíficos para el aprendizaje. Actualmente, su atención recae en el fortalecimiento de la participación a través de prácticas de inclusión y solidaridad, especialmente en los estudiantes que presentan condiciones de vulnerabilidad y muestran un mayor riesgo de sufrir trastornos de salud mental.
Ahora, en medio de esta pandemia, los jóvenes están regresando a la universidad y se enfrentan nuevamente a estudiantes de características sociales, culturales y personales diversas. En este proceso de retomar la vida social, pueden surgir problemas en la convivencia estudiantil, los cuales se pueden manifestar en la falta de respeto por los demás y por sí mismo. De esta manera, la inclusión social en las aulas se verá afectada.
Otro reto identificado en esta nueva convivencia es el estado emocional de los jóvenes. Se ha encontrado que estos tienden a presentar miedo e inseguridad debido a su poca capacidad para enfrentar la incertidumbre, las crisis y los cambios que demanda actualmente la sociedad. Por ello, sufren de estrés, ansiedad, disminución de la motivación y depresión. Estos síntomas se agudizan debido a las inadecuadas condiciones de hacinamiento en algunas familias, que afectan sus recursos psicológicos por situaciones conflictivas y la presencia de violencia en el hogar a través del maltrato, la descalificación y el abuso de poder. Además, dichos síntomas se agravan ante los cambios en los diferentes roles familiares debido al desempleo, el teletrabajo, la migración, el desplazamiento y la educación a distancia.
Este desalentador escenario demanda nuevas formas de convivencia y el desarrollo de factores protectores psicosociales que permitan al estudiante vivir y relacionarse saludablemente dentro de la universidad, un lugar privilegiado para fomentar un entorno saludable para aprender a convivir. Es tarea de todos generar un ambiente de este tipo a fin de aumentar el bienestar social y emocional de toda la comunidad universitaria, lo cual influirá positivamente en la salud mental.
Considerando el futuro inmediato, es necesario destacar que una buena convivencia requiere desarrollar las llamadas habilidades blandas para hacer frente a una nueva realidad como, por ejemplo:
- El trabajo colaborativo que promueva más la cooperación que la competencia.
- La solidaridad, fundamental como apoyo psicosocial y de esperanza.
- La equidad que promueva la igualdad de oportunidades alejada de prejuicios e ideas preconcebidas.
- La tolerancia para la convivencia democrática.
- El diálogo para afianzar los vínculos afectivos.
- La empatía para potenciar conductas de bienestar, armonía y colaboración común.
- La capacidad para enfrentar el conflicto y resolverlo satisfactoriamente, además de desterrar el maltrato y la violencia.